Tambien conocida como Dolores Cacuango nació en Cayambe el 26 de octubre de 1881 y murió en 1971, a la edad de 90 años. Sus padres eran ganaderos en San Pablo Urco. Lamentablemente, fue víctima de abuso, explotación y hambre, porque para la época ser nativo significaba discriminación. Dolores se propuso acabar con ello y uso el diálogo como una herramienta de comunicación con otros miembros de la comunidad a quienes guió y alentó.
En 1931, junto a sus tres hijos, presenció el incendio de su choza, que los dueños decidieron, pensando que el fuego la destruiría, lo que animó la lucha del movimiento indígena. Momento que la motivó más por su lucha incansable para lograr equidad en la sociedad. Sostenía que los seres humanos éramos hijos de la Madre Tierra, por lo tanto nadie tenía derecho a aprovecharse de la tierra y mucho menos a abusar de ella.
Por otro lado, aprendió la importancia y el valor de las palabras, de ser tratadas como un acto sagrado, como un compromiso, por eso las palabras de Dolores fueron y siguen siendo recordadas como mensajes y la energía que ha incrustado en ellos. De aquí surge una frase recordada: «Yo, ya sea que pongan balas aquí, aunque aquí pongan pistolas, tengo que quejarme donde quiero». Con ello demostraba, que su lucha era persistente por la libertad.
Dolores Cacuango, una extraordinaria campesina, dotada de extraordinario juicio y claridad moral, su personalidad la llevó a defender la tierra derechos y el idioma kichwa, que era muy necesario, sobre todo en una época de huasipungo, un sistema explotador, popular. “Mama Dolu”, como la llamaban, estuvo involucrada en el activismo sindical, donde mantuvo un liderazgo innegable.